La fotografía me permite acercarme a los colores de la noche. Soy capaz de reflejar el torpe deambular que toman las personas a su paso, embriagadas por los excesos y enloquecidas por los olores.
La fotografía me desvela el placer de la noche. El placer de volverse un niño, un niño en un parque de atracciones. El placer de quitarse el disfraz y ser ese animal que todos somos. Como aquel Mr Hyde de Stevenson, que aparece en nuestro interior y amotinándose, se hace con el control total de nuestras palabras y actos.
La noche tiene el poder de generar la total metamorfosis de aquél que la mira, aquél que dejándose llevar, le saca el provecho visual y carnal. Cuando la noche entra en escena mi cámara aparece en el palco y se coloca en primera fila. Fluye con los movimientos y mi única aportación es de mero soporte físico, porque ella no tiene piernas para caminar. Solo ojos para mirar.
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